domingo, 2 de marzo de 2014

DIEZ VECES MEJORES QUE TODOS


(Leer en la Biblia Daniel 1)

Los jóvenes [Daniel, Ananías, Misael y Azarías] que asistían a esta escuela de preparación no solamente debían ser admitidos en el palacio real sino que también se dispuso que comieran de la carne y bebieran del vino que venían de la mesa del rey. En todo esto el rey consideraba que estaba no sólo concediéndoles un gran honor, sino además asegurándoles el mejor desarrollo físico y mental que pudieran lograr.

Entre las viandas que se colocaban ante el rey había carne de cerdo y otras carnes declaradas inmundas por la ley de Moisés. Se había prohibido expresamente que los hebreos las comieran. Aquí Daniel fue puesto en una prueba severa. ¿Debía adherirse a las enseñanzas de sus padres sobre alimentos y bebidas, y ofender al rey, probablemente perdiendo no sólo su posición sino también su vida, o debía desobedecer el mandato del Señor y retener el favor real, obteniendo de esta suerte grandes ventajas intelectuales y las más halagüeñas perspectivas mundanas?

Daniel no dudó por mucho tiempo. Decidió mantenerse firme en su integridad, fueran cualesquiera los resultados. “Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía”. Daniel 1:8.

Hay muchos, entre los profesos cristianos modernos, que podrían concluir que Daniel fue demasiado escrupuloso, y que podrían considerarlo estrecho y fanático. Creen que el asunto de comer y beber tiene demasiado poca consecuencia para exigir una posición tan decidida: una posición que comporta el probable sacrificio de toda ventaja terrena. Pero los que razonan de esta suerte hallarán, en el día del juicio, que ellos se han desviado de los expresos requerimientos de Dios, y han establecido su propia opinión como norma de lo que es correcto o incorrecto. Encontrarán que lo que les parecía sin importancia no es considerado así por Dios. Sus requerimientos deben ser obedecidos en forma inflexible. Los que aceptan y obedecen uno de sus preceptos porque resulta conveniente hacerlo, en tanto que rechazan otro porque su observancia requeriría un sacrificio, rebajan la norma de la justicia, y por su ejemplo inducen a otros a considerar livianamente la santa ley de Dios. “Así dice el Señor” ha de ser nuestra regla en todas las cosas...

El carácter de Daniel se presenta al mundo como un notable ejemplo de lo que la gracia de Dios puede hacer por los hombres caídos por naturaleza y corrompidos por el pecado. El relato sobre su vida noble y llena de sacrificio, resulta de ánimo para nuestra humanidad común. De él podemos recibir fuerza para resistir noblemente la tentación, y con firmeza, y con la gracia de la mansedumbre, defender lo recto bajo la más severa prueba.

Daniel podría haber encontrado una excusa plausible para apartarse de sus hábitos estrictamente temperantes; pero la aprobación de Dios era más cara para él que el favor del más poderoso potentado terrenal: más cara aún que la vida misma. Habiendo obtenido por su conducta cortés el favor de Melsar, el oficial que estaba a cargo de los jóvenes hebreos, Daniel hizo la petición de que se le permitiera no comer de la comida del rey, o beber de su vino. Melsar temía que si accedía a este pedido, incurriría en el desagrado del rey, y así peligraría su propia vida. Como muchas personas hoy, pensaba que un régimen abstemio haría que estos jóvenes tuvieran una apariencia demacrada y enfermiza y fueran deficientes en fuerza muscular, en tanto que la lujosa comida proveniente de la mesa del rey los haría rubicundos y hermosos, y les impartiría una actividad física superior.

Daniel solicitó que el asunto fuera decidido por una prueba de diez días: los jóvenes hebreos, durante este breve período, debían tener permiso para comer alimentos sencillos, mientras sus compañeros participarían de los exquisitos manjares del rey. Finalmente el pedido les fue otorgado, y entonces Daniel se sintió seguro de que había ganado su caso. Aunque era sólo un joven, había visto los efectos perjudiciales del vino y de una vida lujuriosa sobre la salud física y mental.

Al final de los diez días el resultado vino a ser precisamente lo opuesto a lo que esperaba Melsar. No sólo en su apariencia personal, sino también en su actividad física y en su vigor mental, los que habían sido temperantes en sus hábitos revelaron poseer una notable superioridad sobre sus compañeros que habían complacido su apetito. Como resultado de esta prueba, a Daniel y a sus asociados les fue permitido continuar su régimen sencillo durante todo el curso de su preparación para los deberes del reino.

El Señor consideró con aprobación la firmeza y la abnegación de estos jóvenes hebreos y su bendición los acompañó. “A estos cuatro muchachos Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños”. Daniel 1:17. A la expiración de los tres años de preparación, cuando su capacidad y sus conocimientos fueron puestos a prueba por el rey, “el rey habló con ellos, y no fueron hallados entre todos ellos otros como Daniel, Ananías, Misael y Azarías; así, pues, estuvieron delante del rey. En todo asunto de sabiduría e inteligencia que el rey les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino”. Daniel 1:19, 20.

Aquí hay una lección para todos, pero especialmente para los jóvenes. El cumplimiento estricto de los requerimientos de Dios es benéfico para la salud del cuerpo y de la mente. A fin de alcanzar la más alta norma de conquistas morales e intelectuales, es necesario buscar sabiduría y fuerza de Dios, y observar una estricta temperancia en todos los hábitos de la vida. En la experiencia de Daniel y sus compañeros tenemos un ejemplo del triunfo de los principios sobre la tentación de complacer el apetito. Esa experiencia nos muestra que por medio de los principios religiosos los jóvenes pueden triunfar sobre la concupiscencia de la carne y mantenerse leales a los requerimientos de Dios aunque les cueste un gran sacrificio.

- Consejos sobre el Régimen Alimenticio, página 33-36. (Elena G. de White)

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